lunes, 4 de enero de 2010
Nuestra Madre Fundadora
Catalina Sordini, nuestra Madre Fundadora, nació el 16 de Abril del año 1770 en Puerto San Esteban en la Toscana, provincia de Grosseto (Italia), y fue bautizada al día siguiente.
Catalina era la cuarta de nueve hijos de una familia rica y profundamente cristiana. Sus padres: Lorenzo y Teresa eran muy caritativos con los pobres.
A los dieciséis años, su padre la prometió en matrimonio a un joven propietario de un barco. Pero ocurrió que este joven, antes de la boda, tuvo que realizar un largo viaje de varios meses. Durante esta ausencia, y a consecuencia de un ingenuo acto de vanidad, Catalina tuvo la visión de Jesús Crucificado y sufriente que la llamó a convertirse y abrazar la vida religiosa.
El año 1788 ingresó en el monasterio de las Terciarias Franciscanas de Ischia di Castro. El 26 de octubre de 1788 recibió el hábito religioso y tomó el nombre de sor María Magdalena de la Encarnación.
Durante el año de Noviciado, el jueves 19 de febrero de 1789, recibió de Dios la inspiración de dar vida, a su debido tiempo, a una Orden monástica dedicada a la Adoración Perpetua del Santísimo Sacramento.
En esa época encontró como director espiritual y guía al sacerdote Don Juan Antonio Baldeschi, que le apoyó en todo y luego fue un valioso colaborador de la nueva Fundación.
En 1802, a los treinta y dos años, la Madre María Magdalena fue elegida abadesa del monasterio de Ischia di Castro.
La Madre, debido a su unión con Dios y a su sabiduría espiritual, era considerada una “monja santa” y eran muchos los que se acercaban al monasterio para pedirle consejos y oraciones, dejando cuantiosas limosnas para obras de caridad.
En 1807, contando con la ayuda financiera del Marqués Negrete, y con el permiso del Papa Pío VII, la Madre María Magdalena marchó a Roma con dos Hermanas Franciscanas y un pequeño grupo de jóvenes, para emprender la nueva Fundación. También les acompañó el Padre Baldeschi.
Pero el 2 de febrero de 1808 los franceses ocuparon Roma, y el 10 de junio de 1809 la ciudad fue declarada “legalmente” ciudad francesa. El 6 de julio de ese mismo año, el Papa Pío VII fue deportado y los religiosos que no eran de origen romano fueron exiliados.
El 7 de mayo de 1811 la policía se presentó en el monasterio de San Joaquín y Santa Ana. El Padre Baldeschi fue arrestado y la Madre María Magdalena fue exiliada, primero a Porto Santo Stefano y más tarde a Florencia.
Pero María Magdalena perseveró en la oración pidiendo a Dios poder regresar a Roma. Por fin, en febrero de 1814 se promulgó un decreto que permitía a los religiosos volver a Roma. La Madre se puso en camino y el 19 de marzo volvió de nuevo a la Ciudad Eterna acompañada de diez jóvenes florentinas con las cuales daría inicio a la Fundación. El 13 de julio de 1814, en el monasterio de San Joaquín y Santa Ana y contando con el apoyo del Santo Padre se restableció la exposición del Santísimo Sacramento.
Finalmente el 10 de mayo de 1818 la Santa Sede aprobó la nueva Orden de la Adoración Perpetua, las Reglas y las Constituciones.
Por fin, el proyecto divino que la Madre María Magdalena llevaba adelante encontraba su feliz realización, después de innumerables pruebas y sacrificios.
La Fundación ya estaba consolida, pero la salud de la Madre era precaria y el 29 de noviembre de 1824 “al caer las hojas”, como ella predijo, entregó su alma a Dios para proseguir en el cielo la adoración que había comenzado aquí en la tierra.
Beatificación de Nuestra Madre Fundadora
MISA DE BEATIFICACIÓN
DE LA MADRE MARÍA MAGDALENA DE LA ENCARNACIÓN
HOMILÍA DEL CARDENAL JOSÉ SARAIVA MARTINS
Basílica de San Juan de Letrán, Roma
Sábado 3 de mayo de 2008
Queridos hermanos y hermanas:
Como los primeros discípulos, también nosotros elevamos nuestra mirada al cielo para contemplar la gloria de Jesús, Maestro y Señor, y exultar.
En efecto, en Cristo que asciende a los cielos está nuestra misma humanidad, la que asumió en la Encarnación, y es elevada al máximo esplendor de su dignidad.
Por eso, nuestra esperanza es una certeza, fundada en las tranquilizadoras palabras que pronunció el Maestro durante la última Cena: "Padre, quiero que los que tú me has dado estén también conmigo donde yo esté" (Jn 17, 24).
Así pues, los cristianos son los que siguen a Jesús.
Si se analiza de forma superficial e inmadura, esta expresión indica simplemente un modo de pensar y de actuar: los cristianos son los que en su conducta de vida se inspiran en las palabras y en el ejemplo de Cristo.
Pero, en un nivel más profundo, en el nivel que han experimentado tantos creyentes y han testimoniado los santos con su vida, la pertenencia a Cristo, el "seguimiento de Cristo", implica mucho más: no se trata sólo de una relación entre el discípulo y el maestro, una relación hecha de escucha, obediencia e imitación. No. Se trata de un "injerto". Hemos sido injertados en Cristo como los sarmientos en la vid; le pertenecemos de tal manera que somos los miembros de su cuerpo, como nos ha recordado la segunda lectura, tomada de la carta a los Efesios. Con su Ascensión Jesús da fundamento seguro y definitivo a la esperanza a la que estamos llamados, al tesoro de gloria que nos ha prometido y que es la herencia de los santos y elegidos de Dios, como nos ha dicho san Pablo en esa misma carta.
Sin embargo, para los Apóstoles, esta espera, esta certeza de estar un día con Cristo para siempre, no debe ser motivo de desinterés o de inercia. Al contrario, la Ascensión marca el inicio de la misión. Termina el camino terreno de Jesús y comienza el camino de la Iglesia en la historia del mundo. La Ascensión inaugura el tiempo de la Iglesia, y da inicio al tiempo de la maduración de la fe de los discípulos: en definitiva, no se trata de instaurar una doctrina nueva, sino de instaurar el seguimiento de Cristo.
La Ascensión es la gloriosa exaltación de Cristo, vencedor del mal y de la muerte.
Es un misterio que, en primer lugar, se refiere a Jesús mismo. En efecto, en este acontecimiento él, como Rey de reyes y Señor de señores (cf. Ap 17, 14), entra definitivamente en su reino, se sienta en su trono a la derecha del Padre y recibe de él todo poder.
El apóstol san Pablo proclama que el poder de Cristo está por encima de todo, no sólo de la actual realidad del universo, sino para siempre: "Bajo sus pies sometió todas la cosas" (Ef 1, 22).
Por eso, él mismo dice a sus discípulos: "Me ha sido dado todo poder en el cielo y en la tierra. Id, pues..." (Mt 28, 18-19). La pequeña palabra "pues" es importantísima, porque indica claramente que de esta fuerza de salvación brota el valor y el significado de la presencia de los cristianos en el mundo.
Ahora la mirada vuelve a dirigirse a la tierra, porque en la tierra deberá desarrollarse y realizarse el proyecto de la redención: "Galileos, ¿qué hacéis ahí mirando al cielo?" (Hch 1, 11), nos repiten los ángeles de la Ascensión, como hemos escuchado en la primera lectura.
Esta es nuestra misión, queridos hermanos: hemos sido enviados por el Señor al mundo para transformarlo, para insertar en las realidades terrenas los gérmenes de su reino.
En este proyecto de transformación del mundo no estamos solos. En realidad, Jesús no nos abandona, sino que permanece con nosotros.
Ha resonado una vez más, en medio de esta asamblea, la extraordinaria promesa de Jesús, su palabra más dulce y consoladora: "No os dejo huérfanos" (cf. Jn 14, 18), "He aquí que yo estoy con vosotros todos los días hasta el fin del mundo" (Mt 28, 20).
Jesús sigue estando realmente presente en medio de nosotros como el Maestro que anuncia y explica las Escrituras, el Siervo que se inclina para lavar nuestros pies, el Médico que se compadece de nuestra fragilidad humana, el Pobre que nos pide respeto y atención.
Pero el grado máximo de intensidad de su presencia entre nosotros se realiza en el sacramento de la Eucaristía, en su doble aspecto de celebración y permanencia, porque en él no sólo se encuentra la presencia real del Señor, sino también su presencia "substancial": la substancia misma del pan y del vino, la fibra íntima de su ser, se convierte en Jesús.
Es el anuncio más conmovedor de un Amor que se da como alimento y de una transformación del mundo que puede realizarse verdaderamente.
La nueva beata, María Magdalena de la Encarnación, creyó firmemente en las palabras de Jesús, compartió plenamente su mandato y se dejó implicar en el espléndido proyecto de salvación que el Señor Jesús inauguró en la historia.
Esta mujer, que hoy ha sido elevada al honor de los altares, nos vuelve a presentar su testimonio de fe en la presencia del Hijo de Dios en la vida de la Iglesia, centrada en la Eucaristía.
Fascinada por el misterio eucarístico, la madre María Magdalena le consagró toda su vida transfigurándola en un acto de adoración.
Su gran misión, recibida del Señor mismo, consistió en proponerse a sí misma, al instituto de las Religiosas de la Adoración Perpetua del Santísimo Sacramento, por ella fundado, y a la Iglesia entera, la experiencia de una adoración "perpetua": del mismo modo que Jesús permanece en el sacramento también después de terminar el momento celebrativo, así es necesario que nosotros permanezcamos con él. Por tanto, se trata de una adoración que no ha de faltar nunca en la Iglesia, que ha de nacer y prolongarse en el tiempo, para que la Hostia santa reine en el mundo, para que triunfe públicamente y sea memoria perenne del amor de Dios a los hombres, un fuego capaz de incendiar todos los rincones de la tierra.
Así se comprenden bien las palabras de la madre Sordini: "Jesús, quisiera que todo el mundo te amara, incluso a costa de mi vida".
La madre María Magdalena nos enseña que del corazón de Jesús eucarístico brota misteriosamente una vida nueva capaz de renovar al pueblo cristiano.
La beatificación de hoy atrae nuestra atención hacia la gracia extraordinaria, que nos ha sido concedida, de estar en la presencia del Señor. En la carta apostólica Novo millennio ineunte, Juan Pablo II escribió: "nuestras comunidades cristianas tienen que llegar a ser auténticas "escuelas" de oración (...), una oración intensa, pero que no aparta del compromiso en la historia: abriendo el corazón al amor de Dios, lo abre también al amor de los hermanos, y capacita para construir la historia según el designio de Dios" (n. 33).
La historia fascinante de la madre María Magdalena de la Encarnación nos ayudará a evitar el lado débil del apostolado, especialmente en este momento histórico particular, para no perder nunca la convicción de la importancia fundamental e insustituible de la oración; y, sobre todo, a reconocer a la Eucaristía su papel de fons et culmen —fuente y cumbre— en nuestra vida de fe (cf. Lumen gentium, 11). La beata madre Sordini concebía sus monasterios como centros de irradiación espiritual para la humanidad entera. En efecto, la adoración del Pan eucarístico partido debe impulsar al cristiano, a su vez, a "partir" su persona y a revolucionar su estilo de vida para entregarse a sus hermanos.
Así pues, la beata Sordini, alma profundamente contemplativa, como por lo demás todos los santos, no buscó una fuga ni una evasión de la realidad presente, sino un estímulo, dirigido a nosotros, a esforzarnos al máximo por comportarnos como creyentes, siempre y en todas partes, por actuar solícitamente como cristianos auténticos en el seno de nuestra sociedad, por realizar en nuestro interior y en el mundo el reino de Dios, que es reino de paz, de justicia, de santidad y de amor.
El Papa Benedicto XVI
bendiciendo a tod@s los
que asistimos a la
Beatificación de la Madre Mª Magdalena de la Encarnación..
Fundación de nuestra Congregación
Es una Orden Religiosa de derecho pontificio, nacida en Roma el 8 de julio de 1807 en el convento de Santa Ana, en las Cuatro Fuentes y fundada por la Madre Magdalena de la Encarnación impulsada por su gran amor a la Eucaristía y por el deseo de reparación a Jesús Sacramentado, ya que Italia pasaba por los momentos difíciles de la invasión francesa.
Campos de trabajo:
La vida monástica de las adoratrices integra 8 elementos: Silencio, soledad, oración, penitencia, liturgia, lectio divina, ascesis y trabajo.
Ya que ese es nuestro primer y fundamental apostolado, nuestro modo típico y característico de ser Iglesia, de vivir en la Iglesia, de realizar la comunión con la Iglesia y de cumplir una misión en la Iglesia, es orando por las necesidades de la Iglesia Universal y del mundo especialmente por los sacerdotes.
Historia de Nuestro Monasterio
El 7 de mayo de 1952 se firmó el permiso para la fundación de Barcelona. El 25 de febrero de 1953 salieron del Monasterio de Vic las Hermanas que iban a empezar la fundación: Sor Mª Inmaculada de Rocafiguerra, Superiora del monasterio de Vic y Sor Mª Lourdes Carreras. Estuvieron tres meses buscando casa y al fin hallaron una en Vallvidrera. Tuvieron que regresar a Vic y, después de muchos penalidades volvieron a intentar la fundación. Esta vez con dos Hermanas más: Sor Mª Asunción Uralde y Sor Mª Piedad Tellosa. La fundación se confió a la intercesión de Sta. Gema.
La pequeña comunidad vivió en Vallvidrera hasta que encontró una torrecita en Barcelona, en la calle Ntra. Sra. del Coll nº 13. El día 9 de enero de 1955 fue la primera exposición. Pronto llegaron vocaciones, pero como la casa era muy pequeña y tenía muy poco jardín se pensó en trasladarse a otra casa. Así fue como se cambiaron a Horta, a la calle Salses nº 12, donde estamos desde 1970.
Vocación a Adoratriz Perpetua
Esto es en resumen lo propio de la vocación a Adoratriz Perpetua
. Estar día y noche delante de Jesús Eucaristía, alternándose por turnos en una ininterrumpida adoración.
. Dar a Dios, Uno y Trino, haciéndose voz de cada criatura, alabanza, gracias, gloria, honor y bendición.
- Amar, adorar, agradecer, interceder y reparar.
. Implorar al Padre, en unión con los mismos sentimientos de su Hijo, presente en el Santísimo Sacramento, inmolándose con El por las necesidades de la Iglesia y del mundo.
. Testimoniar la presencia permanente de Jesús en la Hostia, y atender con esmero, la difusión del culto Eucarístico, facilitando a los hermanos la participación en su oración y adoración.
. Espiritualmente activas en el corazón de la Iglesia, absorbiendo de la fuente de la Eucaristía, animadas por el mismo espíritu de su venerable Fundadora, las adoratrices, dan testimonio a todos de la presencia Real del Dios de amor entre los hombres. Y como su Madre, imploran para que El. "sea de todos conocido, amado, adorado y agradecido en cada momento, en el Santísimo y Divinísmo Sacramento".
Nuestro Carisma
La Orden de las Adoratrices Perpetuas, toma la propia fisonomía y el propio espíritu característico de la Eucaristía... consagradas al Misterio Eucarístico, las Adoratrices tienen en éste donde vivir y de dónde vivir . Espiritualmente operantes en el corazón de la Iglesia, sacando de la fuente de la Eucaristía , ellas testimonian a todos la presencia entre los hombres del Dios Amor.
El específico deber de las Adoratrices es el de adorar día y noche, ininterrumpidamente a Jesús Eucaristía: tal adoración no se limita al tiempo transcurrido de cada una en la adoración delante a Jesús expuesto en el altar, y menos aún es perpetua solo porque cada adoratriz ora en nombre de todas. Sino porque la adoración penetra cada instante de su vida: la Adoratriz, donde esté, en cada momento y cualquiera sea su ocupación puede responder, "estoy adorando a Jesús Eucaristía". La Madre Fundadora insiste mucho sobre este aspecto de la vida de las Adoratrices: todo debe ser vivido por Jesús Eucaristía.
A la totalidad del don de sí mismo de parte de Jesús en la Eucaristía ( " habiendo amado a los suyos que estaban en el mundo, los amó hasta el final , Juan 13,1") se responde con la totalidad del don de sí misma.
El específico apostolado de las Adoratrices es doble: antes que nada el que se ejercita con la adoración y la inmolación, que se vive en la intimidad, escondidas en Dios, pero no por esto menos fecundo.
Pero las Adoratrices ejercitan también una forma particular de apostolado: aquél constituido por su presencia a los pies del altar, una presencia que habla por sí misma y atrae a los fieles laicos, y les ofrece la posibilidad de estar delante la custodia en íntimo coloquio con Jesús Eucaristía; para este fin la Madre ha querido que los monasterios surgieran en medio de la ciudad, para dar esta posibilidad. La Madre deseaba ardientemente que Jesús Eucaristía fuese adorado ininterrumpidamente no sólo por las monjas, sino también por los fieles laicos. Que existan ayer como hoy, hombres y mujeres de toda edad que encuentran en Jesús, presente en el Santísimo Sacramento, el amigo más querido y fiel, la fuente de su paz y su esperanza, es para cada Adoratriz motivo de alegría y de acción de gracias, pero sobretodo da gloria al Señor que pone sus delicias en habitar entre los hijos de los hombres.
El Centro de Nuestra Vida:
La adoración por turnos es el exponente de toda nuestra vida ya que estamos llamadas a contemplar y vivir el misterio eucarístico en su totalidad y unidad, haciendo de todos nuestros actos -oración y acción- una contínua alabanza.
Es el mismo Jesús quien ora, quien sufre y trabaja, en el corazón de de la adoradora perpetua.
La adoratriz ofrece su mente, su corazón y toda su persona a Jesús para que él ore sufra y trabaje en ellas, como su dócil instrumento.
La Espiritualidad de la Adoratriz Perpetua
La nota distintiva de la espiritualidad de las Adoratrices Perpetuas es que todo debe gravitar entorno a Jesús Eucaristía. Esta es la particularidad del camino trazado por la Madre María Magdalena para sus hijas espirituales. Ellas son Esposas de Jesús, consagradas a Él presente en el Sacramento de la Eucaristía. Todo debe ser vivido en una plena pertenencia al Señor, acogiendo en cada instante su amor y respondiendo con amor y la adoración perpetua.
Los dos pilares que sostienen la relación ininterrumpida con Jesús Eucaristía son la fe y el amor.
Antes que nada la fe: la presencia real de Jesús en el Sacramento del altar es misterio de fe y la Madre nos lo expone muy a menudo en sus escritos. Damos algún ejemplo: "Oh, fe santa, ocupa nuestros corazones, haz que todos sean encendidos de una llama tal que anhelen en todo momento unirse a este Bien infinito".
Y con la fe el amor: esta es la segunda nota característica de la espiritualidad de las Adoratrices Perpetuas, como podemos leer en las Aspiraciones amorosas de la Madre, donde dice por ejemplo: " No quiero respirar que amor, no quiero vivir que de amor, quiero consumarme y morir por dulce violencia de puro amor..." Para llegar a esto el camino que es necesario recorrer es el del sacrificio total de sí misma.
Además de la fe y el amor la tercera nota característica, es la misión: la Adoratriz abraza a toda la humanidad en este amor universal, que es la Eucaristía. Presentando a Dios por medio de Jesús Eucaristía, sus oraciones y sacrificios en bien de la humanidad.
La espiritualidad se puede sintetizar así: la Adoratriz debe vivir:
Por Jesús Eucaristía:
una síntesis de la espiritualidad de las Adoratrices es trazado por la Madre en la Exhortación a sus Hijas. En ella resalta antes que nada " la gran complacencia" que la adoración ininterrumpida daría a Jesús y luego introduce directamente en el camino a recorrer con las palabras: "He aquí Hijas mías benditas, con la suerte de los serafines, adorando con la luz de la fe a nuestro Celestial Esposo Jesús Sacramentado". Ellas vienen exhortadas por lo tanto a ofrecerse seriamente para poner en practica cuanto viene indicado: abandono total en Él, unión continua con Él, dejando todos los pensamientos terrenos, porque los pensamientos de la Adoratriz deben ser exclusivamente para Él, cuya voluntad se debe cumplir en todos los momentos del día; deseos de estar siempre cerca de Él; con los afectos dirigidos totalmente hacia Él, porque de Él (el alma) debe estar enamorada hasta desear morir de puro amor" por Él , anhelando todos los momentos de unirse a este Bien infinito; desear con todo el alma de ser "saciada por Él", para "saber de Él", para ser toda suya.
Con Jesús Eucaristía:
la sustancia, la esencia, la sublimidad de la vida espiritual de las Adoratrices Perpetuas está contenida en las páginas del directorio de 1814 en las cuales la Madre indica como la Adoratriz debe participar en la Santa Misa: aquí nos es dicho sustancialmente que la vida de la Adoratriz debe ser una mística Misa."La Misa es una renovación del Sacrificio hecho por Jesucristo." En aquél se sacrifico sin nosotros para nuestra redención; pero en esta sobre el Altar, quiere que también nosotros nos ofrezcamos en sacrificio por Él y con Él, a gloria del Eterno Padre, para que siendo sus miembros, hagamos juntos con Él nuestra cabeza, un mismo cuerpo y una misma víctima, formando así un Sacrificio completo. Por medio del cual no solo somos justificados, sino que nos hacemos agradables a Su Divina Majestad, en virtud de aquella inefable unión que se contrae con Jesús mismo, autor de toda santidad y objeto de sus divinas complacencias... Es justo que, viéndolo anonadado por nuestra salvación, nos anonademos nosotras también, olvidándonos a nosotras mismas, para vivir únicamente por Él, y en Él, nuestra vida, nuestro centro y nuestra eterna felicidad.
En Jesús Eucaristía:
la Iglesia es el Cuerpo místico de Cristo: Él la Cabeza y los fieles sus miembros. En la plegaria Eucarística III, por ejemplo, se pide expresamente a Dios de poder ser en plenitud Cuerpo de Cristo: " A nosotros que nos nutrimos de su Cuerpo y de su Sangre, danos la plenitud del Espíritu Santo, para que transformados en Cristo seamos un solo cuerpo y un solo espíritu". Y es esta unión en Cristo que hace la comunión de los santos, que da significado y espesor a la caridad. Por esto las Adoratrices Perpetuas deben vivir en Jesús, y aún más, como específica vocación, vivir en Jesús presente en el Sacramento de la Eucaristía. Así ellas entran en aquella corriente de caridad que las une entre ellas y hace perpetua sus adoraciones. En el mismo tiempo, en Jesús ellas deben sentirse unidas incluso al gran Cuerpo místico que es la Iglesia y especialmente a todas las personas que, en el mundo, movidas por la fe y por el amor a la Eucaristía, están en aquellas mismas horas postradas en adoración. Las Adoratrices renuevan el recuerdo de esta unión en la oración de cada día: "Señor Jesucristo... aumenta en mí y en todos aquellos que te adoran, el amor, la fe y la veneración por este tu inefable misterio..."
La oración de las Adoratrices
Jesús, Sumo y Eterno Sacerdote, al tomar nuestra naturaleza humana, introdujo en este exilio terrestre aquel himno que se canta eternamente en las moradas celestiales.
El continúa este oficio Sacerdotal por medio de su Iglesia.
Las monjas adoratrices participan de este sumo honor de la esposa de Cristo, la cual escuchando a Dios que habla a su pueblo y haciendo memoria del misterio de la Salvación, incesantemente intercede por la salvación de todo el mundo, con el canto y la oración.
El trabajo en la vida de la Adoratriz perpetua
Con la ofrenda de su trabajo a Dios, la monja Adoratriz se asocia a la propia obra redentora de Jesucristo, que dio al trabajo una dignidad sobreeminente trabajando con sus propias manos en Nazaret.
La Adoratriz, mientras procura con su trabajo los medios necesarios para el sostenimiento de la comunidad, imita a Cristo cuyas manos se ejercitaron en el trabajo.
Vida Monástica
La Orden de las Adoratrices Perpetuas del Santísimo Sacramento se distingue en la Iglesia por:
1) la vida monástica;
2) la vida contemplativa;
3) el modo característico de practicar los Consejos Evangélicos;
4) entregada a la adoración del Misterio Eucarístico;
El monaquismo es algo innato en el hombre, nace del deseo de la búsqueda de lo divino y en una pluralidad de formas es patrimonio de todas las culturas y de todas las religiones, realizado según las diversas divinidades. Las motivaciones del movimiento monástico cristiano son profundamente evangélicos, no es posible definirlo porque se expresa en varias formas y dar un definición significa definir solo una determinada forma de vida monástica. No obstante la variedad de sus formas, podemos decir que tal movimiento tiene en común la actuación de la separación del mundo en modo concreto y eficaz; el empeño ascético, manifestado de variadísimas formas y en los diversos grados de ascesis.
Pero si queremos encontrar el elemento espiritual que las unifica a todas, podemos decir que la vida monástica es un camino de fe, es la búsqueda de Dios, con el fin de alcanzar aquella conversión que hace el verdadero cristiano. Para tal fin vienen prescriptos los medios: obediencia, silencio , humildad, trabajo manual, Oficio Divino al cual nada se debe anteponer.
Por su naturaleza la vida monástica no es exclusivamente contemplativa y ni siquiera necesariamente dada a la obra de apostolado, pero uno y otro , con acentos en el aspecto contemplativo.
El apostolado monástico es normalmente desarrollado en el ámbito del monasterio; el orden de la casa, el uso del tiempo, la distribución de las ocupaciones, el tipo de trabajo forman parte de este cuadro característico.
La dimensión de la espiritualidad monástica de las Adoratrices Perpetuas del Santísimo Sacramento la lleva a vivir de Dios, al conocimiento de Dios, al continuo ascenso a Dios, a participar de su gracia, al Misterio de Dios. Este proceso tiene su base en el interior, en el silencio y en la humildad y el medio para realizarlo es uno solo: Jesucristo, con el cual la adoratriz se pone en contacto mediante los sacramentos y la oración adorante.
La Adoratriz afirma su fe, primero testimoniando " la presencia permanente de Jesús en el Santísimo Sacramento" y de consecuencia cuanto aprende del Santísimo Sacramento, el amor reciproco en Cristo. Amor-caridad significa solidaridad, fraternidad. La caridad es el misterio de la humildad; aquí la Adoratriz concilia: fatiga en común-canto en común-oración en común-etc. vivir juntas todo esto comporta un fin, y este fin es el amor que nos ha propuesto Jesús.
Vida Contemplativa
La Iglesia, Esposa del Verbo, realiza de manera particular el misterio de su unión exclusiva con Dios en aquellos que están consagrados a la vida contemplativa ("Verbi Sponsa 1) y las Adoratrices Perpetuas del Smo. Sacramento, en la Iglesia y por la Iglesia, a cuyo servicio están de manera especial consagradas, realizan integralmente la vida contemplativa.
La vida contemplativa se define como:
- una realidad de gracia, vivida por quien cree, como un don de Dios;
- esto habilita para conocer al Padre en el misterio de la comunión Trinitaria para poder así gustar de la profundidad de Dios;
Se afirma que el esfuerzo de fijar en Dios la mirada y el corazón se transforma en el acto más alto y más pleno del Espíritu y este ardor hacia Dios se expresa:
- en la escucha y la meditación de la Palabra de Dios;
- en la comunión de la vida divina que se transmite con los Sacramentos y de manera especial en la Eucaristía, en la oración litúrgica y personal, en la adoración;
- en el constante deseo y búsqueda de Dios y de su voluntad en los eventos y en las personas;
- en la participación conciente a su misión salvadora;
- en el don de sí a los otros por la venida del Reino de Dios.
identidad teológica y espiritual de la vida contemplativa
La originalidad de la vida contemplativa nace en la era apostólica con una serie de actitudes que por sí mismas justifican la decisión y la determinación de dedicarse plenamente al interior de la comunidad cristiana, a un género de vida que permita una atención única y exclusiva al Señor.
Para definir la naturaleza de la vida contemplativa es necesario volver a las fuentes de la revelación. El Magisterio de la Iglesia encuentra la raíz y el fundamento principal de la vida contemplativa en la llamada del hombre a la comunión y al coloquio con Dios. Este coloquio de amor fue iniciado por Dios, el cual, en su bondad y sabiduría se reveló al hombre y lo ha invitado como un amigo a la conversación con Él.
San Pablo afirma que esta llamada viene realizada por medio de Cristo que es el "mediador entre Dios y los hombres". Por lo tanto para llegar a la comunión con el Padre es necesario unirse antes con Cristo y acoger la acción del Espíritu Santo, enviado para santificar continuamente la Iglesia. Así por obra del Hijo y del Espíritu Santo los fieles pueden responder a la invitación del Padre al coloquio amoroso con Él.
A este coloquio con Dios son llamados todos los cristianos pero algunos, por un don particular del Señor, se consagran de manera especial así de hacer el único programa de sus vidas.
La Vida en Nuestro Monasterio
6:00… Levantarse
6:30… Ofrecimiento de horas, Ángelus, Laúdes
7:00… Meditación.
8:00… Limpieza.
8:30… Desayuno.
9:00… Lectura espiritual comunitaria.
9:30… Trabajo.
11:45… Preparación para el coro- tiempo libre
12:00… Ángelus, Sexta, examen, Sto. Rosario.
13:00… Comida (Recreo)
14:00… Descanso.
16:00… Nona, Oficio de Lecturas
16:30… Recreo
17:30… Ensayo de Canto
18:00… Merienda-Tiempo Libre
18:30… Vísperas.
19:00… Misa Conventual y Lección Divina.
20:15… Cena
21:30… Completas
22:00… Descanso